Rubén Ríos contó esta mañana que en 1976, después de haber sido detenido, torturado y liberado, fue a buscar al Jefe de Inteligencia del Comando de la VI Brigada del Ejército, Oscar Lorenzo Reinhold, y lo apuntó con un arma para exigirle que le devuelvan su trabajo.

Sostuvo además que en la Escuelita podría haber cuerpos. Ríos, de 71 años, dejó la sala visiblemente conmovido cuando recordó el momento en que fueron amenazadas sus hijas e intentó suicidarse.
Al principio, relató que en la década de 1970 “militaba en la Juventud Peronista y era delegado del sindicato de Luz y Fuerza de Río Negro” y en el momento de la detención “trabajaba en una fábrica de mosaicos y hacía mantenimiento para una panadería”. Dijo recordar muy bien el día de su detención, “porque era el cumpleaños de mi hija mayor y siempre estábamos pendientes para que saliera el pan”. Señaló que “estaba en calzoncillos y camiseta, y cuando llamaron creí que era una mujer, por eso me oculté detrás de la puerta y la abrí. Me dijeron que me necesitaban en la comisaría donde yo tenía gente conocida. Un hombre con gorrito y pasamontaña abrió su gabán imprevistamente, me puso la pistola en la boca y me rompieron dos dientes; después, en el forcejeo, se le escapó un tiro”.
Ríos aseguró que “el que me apuntaba me dijo `lo cagaste a Pedro´, cuando escuché que se escaparon otros tiros. Aflojé la tensión, vi un Ford Falcon blanco, me rodearon y me dijeron: `no tenés escapatoria´. Yo pensé en los que habían desaparecido, entonces grité mi nombre para que me escuchara algún vecino, después escuché una ráfaga de metralleta, golpearon mi cabeza y me metieron adentro de un baúl”.
Durante su traslado Ríos, reconoció el trayecto al indicar que “pude abrir el baúl y me di cuenta que íbamos hacía Cipolletti porque reconocí a Cascada SA; cuando escuché un fleje suelto en la caminera me tiré y caí a los pies de un policía, quien pensó que era una despedida de soltero. El policía me abrigó y me dio algo para tomar, pero al rato vino gente del Ejército y me dijeron: `¿creíste que habías escapado?´. Me llevaron al hospital porque tenía mucha sangre, me envolvieron hasta la cabeza y me llevaron hasta la Policía Federal, donde me dejaron en la cocina. A la noche, por la escalera, veo a un policía de Centenario que estaba cocinando en un tambor de doscientos litros”.
“Me llevaron en un auto negro –dijo Ríos sobre su traslado a la Escuelita-, me colocaron en una cucheta que estaba bien alta, había perdido mucha sangre y me desmayé, cuando quise bajar me caí porque ignoraba a la altura que estaba. Después me preguntaron por la guerrilla, me dieron nombres y me dijeron que si no hablaba la iba a pasar muy mal; me ataron de las manos, de los pies, me pusieron algo en las rodillas y una picana eléctrica en los testículos, cada tanto me desmayaba y sentía que el médico me sostenía la mano para tomarme el pulso y él decía cuál era mi estado de salud, si podían continuar”.
“Estuve 22 días privado de la libertad, con los ojos vendados, me desmayaba porque se me bajaba la presión, me mantenían medicado, pero no me dieron de comer, me mojaban los labios con un algodón y la sed era insoportable”, relató y contó cuando un guardia le dio un chocolate, “que me comí con desesperación porque tenía mucha hambre, entonces vino uno y me dijo `así que te gusta el chocolate’, entonces me empezó a golpear”.
Ríos dijo que en la Escuelita “jamás vi a nadie”, y agregó que escuchaba una topadora, sentía tiros y gritos. “Creo que a alguno enterraron allí; en el juicio anterior recorrimos la Escuelita y la Gendarmería señaló dos lugares donde podrían haber cuerpos, pero hasta el día de hoy no han investigado nada”, afirmó.
Cuando lo liberaron a las tres de la mañana, “un tal Pedro me dijo `no te muevas de acá´, me desaté y me quedé tirado allí porque no tenía fuerzas. Al día siguiente me encontró un penitenciario amigo, un perrito me había mordido los pies y no quería que me vieran así porque tenía olor a podrido, un olor espantoso que ni yo lo podía soportar; comí mucho y cuando me recuperé me fui a tratar de recuperar el trabajo”.
Ríos le dijo al tribunal que “con intenciones de recuperar el trabajo me puse una pistola calibre 22 en la bota y me fui a ver a Reinhold; me palparon de armas al llegar pero fue por arriba, me hicieron pasar a su oficina y quedé solo un momento. Fue cuando saqué el arma, lo apunté y le dije `usted me conoce, me secuestraron, me torturaron y me dejaron sin trabajo`, entonces le entregué el arma y le dije: si no me da trabajo máteme. Entonces hizo traer café y medialunas, hablamos como tres horas y le dije: `ustedes han hecho muy mal las cosas; después me dejó libre.

Reinhold fue condenado en el primer juicio 2008. También en 2.012. Cumple prisión domiciliaria en Buenos Aires.
Indicó que a las dos semanas lo llamaron de la empresa Agua y Energía y le dijeron: `Ríos tenemos órdenes de darte trabajo’”. Sin embargo, le advirtieron que no le iban a pagar por el tiempo que estuvo ausente del trabajo porque no podían justificar su detención. Al poco tiempo volvió a trabajar en la empresa.
Por último, Ríos se refirió a una situación cuando lo convocaron para que concurra al distrito militar. Allí lo hicieron pasar a una oficina, donde atendió un llamado telefónico. Del otro lado de la línea, una voz lo conminó: `de parte de Pedro (el nombre de su secuestrador) tenés 24 horas para suicidarte o te secuestramos a tus hijas´”. En ese momento el testigo rompió en llanto y el tribunal debió darle unos minutos para que se reponga.
En aquel entonces, ante la amenaza de sus captores Ríos se separó temporalmente de su familia, se pegó un tiro en la sien y perdió un ojo, pero no la vida.
Al finalizar su testimonio, dijo que “si los acusados tienen hijos y nietos les pido que reflexionen, que rompan el pacto de silencio y digan dónde están los desaparecidos. Están condenando a familias enteras, nos siguen torturando infinitamente”. Se retiró de la sala aplaudido.
Sindicato de Prensa de Neuquén 2.013
foto: Matías Subat